Foto por Marcia Silva Pereira.
Agradezco profundamente el honor y el privilegio que significa comentar el libro “Las matemáticas de lo cotidiano. Historias, conexiones y curiosidades” de Anabelle Castro, Alejandra León, Margot Martínez, Manuel Murillo y Alberto Soto. Felicito, a través de ellos, a muchas más personas que contribuyeron con este gran logro, así como a las instituciones que les han acompañado, entre ellas la UNA, la UNED, el ITCR y la Fundación CIENTEC, encargada de esta edición.
En la famosa Academia de Atenas, fundada por Platón, había un conocido rótulo que decía: “Aquí no entra nadie que no sepa geometría”, o en una versión un poco más imperativa: “Nadie entre aquí que no sepa geometría”. Esta academia no se ocupaba, como se sabe, únicamente de medir La Tierra, ni solo de Astronomía, también se ocupaba de Medicina y Retórica.
Hay dos interpretaciones posibles de ese enunciado, entre otras. Por un lado, que la geometría, y con ello el conocimiento matemático, era un requisito o una condición para los demás conocimientos que estudiaba la Academia. Quizá se suponía que, en general, todo conocimiento tenía una base matemática. Por tanto, la indicación establecía que no se adentre en otros conocimientos sino aquel que, cuando menos, comprende esto.
Por otro lado, hay que presuponer que existían los que no sabían de geometría y que, por tanto, no debían ni podían entrar a la Academia. Pero ¿quiénes eran éstos? Cabe suponer que los que sabían geometría eran los menos y los que no los más, por lo que es posible que estemos ante una propuesta elitista. También que aquellos que ya sabían geometría aprenderían en la Academia otras cosas, por lo que se alejarían, cada vez más, de quienes la ignoraban. En fin, por lo menos se puede creer, hasta aquí, que la Matemática era una cuestión de Academia…
Este ejemplo funciona bien porque no hay sociedad ni cultura que no haya tenido que inventar y aplicar su propia Matemática al proceso histórico de construcción de su mundo. Ni una cueva se podría haber construido sin alguna forma de ella, aunque fuera intuitiva. Así fue en las culturas más antiguas de la humanidad, como la egipcia, la china y la maya. Siempre ha sorprendido, en éste último caso, el uso del cero desde el año 36 a.C (pág. 6, del libro que comentamos). Se comprende, además, que aquel saber, como cualquier otro, estuvo al servicio de la división clasista de esas sociedades.
La Matemática no ha sido menos importante en la modernidad de la cultura occidental. Se cuenta, anecdóticamente, que Thomas Hobbes, el gran pensador del miedo, descubrió tarde esa importancia, pero tal fue su entusiasmo al hacerlo que acuñó esta polémica frase: “No entiende filosofía quien no entiende matemáticas”. Aunque a algunos matemáticos eso pueda parecerles un tanto exagerado, no cabe duda de que, a la postre, casi todos los estados modernos adoptaron esta disciplina como parte de la formación básica de sus ciudadanos. Si se piensa, por ejemplo, en la importancia que puede tener la Matemática para la ampliación del comercio de mercancías, cuyo intercambio solo es posible mediante una curiosa álgebra que iguala, paradójicamente, cantidades diferentes de dos cosas distintas (xA = yB) no debiera sorprender a nadie tal interés en su difusión. Baste por ahora decir que, como aclaración, x, y serían dos cuantificadores de dos mercancías distintas A y B. Y agregar que, al decir de Maffesoli, vivimos en una cultura gobernada por las mediciones.
Sin embargo, dicha difusión implica un perseverante esfuerzo por vencer a varios enemigos. En primer lugar, el miedo, “poderoso caballero” al lado del dinero; se habla hasta de una especie de “fobia universal” a la Matemática. Junto con eso, el aprendizaje de esta disciplina suele verse obstaculizado por algunos prejuicios, como que es demasiado abstracta para el común de los ciudadanos, o peor aún, que lo es en particular para las mujeres. De donde se derivan las auto descalificaciones prematuras de muchas personas y una ansiedad bastante corriente que suele conducir al fracaso y al auto cumplimiento de la misma “profecía” incapacitante. Por eso, la enseñanza de la Matemática suele lidiar con la aversión, la evasión y la apatía que muchos manifiestan y mantienen a lo largo de su vida.
Entiendo bien esas dificultades porque, en lo personal, me tocó vivirlas; de hecho, estas son las palabras de un superviviente. Pese a mi temprano interés por la música y el ajedrez, y a que había sido alumno de don Victor Buján, me alegré mucho cuando, en 1974, supe que en Sociología de la UCR solo tendría que llevar una Matemática básica. La primera vez que llevé ese curso obtuve un cuatro por nota. La segunda vez me retiré después del primer examen. Tuve que dejar pasar un año antes de llevarlo otra vez, como quien toma impulso. Matriculé, finalmente, el curso con horario de siete de la mañana, después de revisar a profundidad mis actitudes hacia esta materia. Esta vez obtuve cien y acabé, para siempre, con mis prejuicios y más bien pasé a una etapa de enamoramiento. Durante mis estudios de Economía, en la UNA, me encantó el álgebra y en mis estudios de Psicoanálisis, en México, celebré los famosos “Matemas”, tanto como los juegos topológicos, que introdujera Jacques Lacan, nada menos que para representar algunas relaciones del saber de lo inconsciente, un saber sobre lo que no se sabe o sobre lo imposible de saber.
Así que por experiencia puedo decir que esas emociones, sentimientos e ideas limitantes y auto limitantes están sobre todo a la entrada, al comienzo. Son muy parecidas a las dificultades que encontramos en el uso de la computadora, todas ellas posiblemente afincadas en el desconocimiento y la incertidumbre iniciales. Pero, una vez superadas, se abre un mundo maravilloso que no es que sea fácil, sino que es irreversiblemente apasionante.
Por eso hay que celebrar este libro que busca convencernos de una idea tan simple como poderosa: las matemáticas ya no están en la academia, hay que buscarlas en lo cotidiano. Siempre que se trate de medir, de calcular, de distinguir una forma de otra, tanto como de tocar o silbar una melodía, o simplemente de escucharla, de jugar ajedrez o de construir un papalote, de hacer una llamada telefónica, o bien de pensar de manera ordenada y metódica, tenemos que ver con ellas.
Por eso, los autores de este texto buscan, incansablemente, definiciones, cuentos, narraciones, desafíos lúdicos, figuras, esquemas, fotografías, gráficas, dibujos, ejemplos y puntos de vista sorprendentes, así como conexiones asombrosas y otras curiosidades. Todo para vencer esa primera resistencia, confiados en que, una vez que ese primer muro caiga, se abrirá un apasionante mundo de números, lógicas, paradojas y proporciones que puede ser llevado hasta los extremos que ustedes quieran; por ejemplo, a que todo lo natural y cultural está estructurado matemática y poéticamente. Y si no me creen, les recomiendo el poema de la página 138 que tanto contribuye a la estadística.
Como saben, este libro tiene su origen en los guiones radiales (Programa Matex1minuto, en la radio de la UCR) que se elaboraron en un esfuerzo anterior por poner la Matemática al alcance de muchos, al alcance del gran público, como fueron también los festivales internacionales ya realizados. Nace, como es evidente, de un gran amor a la Matemática, pero sobre todo a los demás, porque lo más triste sería que nos perdiéramos del gran placer y la gran necesidad de aprender a pensar matemáticamente.
Se puede considerar como un libro dentro del género de difusión de la ciencia, disciplina que gana más y más adeptos cada día, porque se ocupa de una tarea indispensable para la humanidad, cual es poner el conocimiento al alcance de quien necesita adquirirlo; porque, como lo ha evidenciado Edgar Morin, el conocimiento no es un lujo, es algo esencial para sobrevivir, ante una naturaleza hostil y una sociedad conflictiva. Democratizar el conocimiento, ponerlo al alcance de la mayoría es, en suma, una acción política, que bien vale que todos apoyemos, ayudando a difundir, por ejemplo, este hermoso libro que hoy se nos ha presentado con todo el cariño que amerita el caso.
Propongo ahora, inspirado por este esfuerzo, que al final de la academia de la vida colguemos un rótulo que diga: “Nadie salga de aquí sin saber Matemática”.
Castro, A et al (2015) Las matemáticas de lo cotidiano. Historia, conexiones y curiosidades. San José: Cientec.
Maffesoli, M (1982) La violencia totalitaria. Ensayo de antropología política. Madrid: Herder.
Morin, E (2002) El método. El conocimiento del conocimiento. Madrid: Cátedra.
Ruiz, A (2003) Historia y filosofía de las Matemáticas. San José: UNED.
Takahashi, A (2006) El hechizo de pitágoras. El discreto encanto de la geometría. En: IDEAS Y VALORES No 131 Agosto BOGOTÁ, pág. 97-111. Universidad Nacional de Colombia.