lunes 22 de septiembre de 2008

Tarzán, el hombre mono


Edgar Rice Burroughs creó el personaje de Tarzán a través de la revista pulp All-Story en 1912. La historia del lord inglés huérfano criado por monos en las profundidades de la selva africana fue convertida en la novela Tarzan of the Apes dos años después. Además de ser uno de los primeros textos del siglo pasado en recrear para Occidente una África salvaje, Tarzán de los Monos es, por la significación del evidente colonialismo reproducido en la narración, de los primeros relatos de ficción en propagar el discurso hegemónico acerca del dominio del hombre blanco occidental sobre otras razas y culturas. La visión colonialista de Tarzán ha transcendido a través de la industria del entretenimiento: nació del pulp, se hizo cine y más tarde incursionó en la historieta (en 1929 el dibujante Harold Foster recreó visualmente las novelas de Borroughs en una tira periódica), la radio y la televisión, donde ha seguido apareciendo para audiencias consumidoras de historietas de héroes. Pero con una diferencia notable: en esta variante del cómic, los lectores ven a Tarzán en forma distinta al resto de los superhombres cuyos retos y aventuras salvan al mundo del caos; a diferencia de ellos, Tarzán, vestido de taparrabo, no tiene poderes sobrenaturales, él mismo es quien desarrolla sus extraordinarias capacidades físicas e intelectuales sin necesidad de medios asombrosos.

Aparecido en la literatura, Tarzán pasa a la pantalla en 1918, pero no es sino hasta 1932 cuando Hollywood asigna el papel al actor que más fuerza le daría al personaje: Johnny Weissmuller. Su debut fue en Tarzán, el hombre mono, primera película sonora sobre el héroe y, por lo tanto, la primera donde éste pudo hablar: luego de algunas lecciones con su compañera Jane, el personaje alcanza a decir me Tarzan, you Jane. Y es que en la jungla hay muchos verbos que salen sobrando, como no sean las cabriolas de la mona Chita, que también debutó en este filme. Con 12 interpretaciones en otras tantas películas, Weissmuller logró meterse en la piel de Tarzán hasta convertirse, para toda una generación, en su representación clásica. Entre las más recordadas películas de esa serie está Tarzán y su compañera (1934), la cual se destaca por su idílico erotismo, incluyendo un sorprendente, aunque fugaz, desnudo simulado de Maureen O'Sullivan. La actriz inglesa fue Jane en seis películas de Tarzán, todas junto a Weissmuller, y fue el papel más importante de su carrera.

En total, 27 actores han representado a Tarzán en 52 películas y 5 series de televisión. Entre las últimas versiones está "Greystoke, la leyenda de Tarzán, señor de los monos" (1983), una adaptación bastante fiel de la novela original; y está también una de las menos interesantes: Tarzán, estrenada por la Disney en 1999. La película sigue la línea de esta productora para sus filmes animados: impecables diseños técnicos y malos guiones.

Cabe proponer dos vínculos del mito de Tarzán con la teoría de la evolución. En 1871, Charles Darwin publicó El origen del hombre, donde defendía la idea de la evolución humana desde un animal similar al mono, lo que provocó gran controversia. En pleno despegue de la teoría darwiniana, una versión maniquea de la selección natural fue ganando terreno en la aplicación de este concepto a las sociedades humanas: el llamado darwinismo social, donde la ley del más fuerte y su prevalencia se utilizaban para justificar la diferencias entre las clases sociales y los grupos raciales. Aunque Darwin consideraba este tipo de aplicaciones de la selección natural como una aberración, el darwinismo social constituyó la base inicial de movimientos eugenésicos iniciados desde 1883 por Francis Galton. Burroughs bien pudo haber sido influido por esta visión pseudocientífica para justificar el reinado de un hombre blanco sobre una comunidad de simios.

Aunque, después de todo, el escritor pudiera no estar tan desfasado de la realidad con su historia de Tarzán, el niño criado por grandes simios en África. Suele aceptarse que hace más de seis millones de años humanos y chimpancés separaron sus caminos, pero hay sugerencias recientes de que ambas especies tuvieron después “encuentros cercanos”, y no precisamente del tercer tipo. Al menos así piensa un grupo de científicos que han comparado los genes humanos y de sus parientes más cercanos -chimpancés, gorilas, orangutanes y macacos- buscando obtener un cuadro más detallado sobre los orígenes de la especie humana del que pueden aportar fósiles muchas veces dispersos e incompletos. Esta nueva teoría propone que chimpancés y humanos compartieron un antecesor hace menos tiempo del que se pensaba, y también que en un primer momento la separación fue “temporal”, de poco más de un millón de años y no terminó ahí. Cierta urgencia biológica habría motivado veleidades interespecíficas con atracción de humanos por chimpancés y viceversa, y sólo 1.2 millones de años después de la primera separación habría ocurrido el divorcio definitivo. Todavía hay que comprobar más, pero parecería estarse postulando que descendemos de un híbrido de hombre y chimpancé. De ser así, no resultaría extraño que Burroughs, inadvertidamente, haya puesto a su héroe en la disyuntiva entre la peluda Chita y Jane, su noviecita blanca, tan esforzada en adaptarse a la vida en la jungla.

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domingo 3 de febrero de 2008

CAPITÁN DE MAR Y GUERRA


CAPITÁN DE MAR Y GUERRA
(Master and commander: The far side of the world)

Dirección: Peter Weir
Producción: Samuel Goldwyn Jr. y Peter Weir
Guión: Peter Weir, basado en la novela homónima de Patrick O’Brian
Elenco: Russell Crowe, Paul Bettany
Música: Iva Davies, Chistopher Gordon, Richard Tognetti
País: EU
Año: 2003
Duración: 138 min.


Durante el siglo XIX el colonialismo inglés alcanzó su apogeo; en particular, su domino era patente en los mares. Buques militares y mercantiles con pabellón británico surcaban los océanos, trasladando por doquier no sólo mercancías y tropas, sino también informaciones básicas para el desarrollo de nuevos conocimientos científicos y tecnológicos.

Uno de estos buques fue el HMS Beagle. En diciembre de 1830 zarpó del puerto de Plymouth, bajo el mando del capitán Fitz-Roy, comisionado para realizar un viaje de exploración alrededor del mundo. El Beagle era un pequeño bergantín con diez cañones, de 242 toneladas de peso y 28 metros de longitud. Su tripulación estaba compuesta por 74 personas, entre las que se incluía un naturalista a bordo, un joven de 22 años llamado Charles Darwin.

Para este joven, el viaje de cinco años fue más que una gran aventura. A pesar de su inexperiencia, se entregó con pasión a su trabajo de colectar minerales, plantas y animales que luego diseccionaba; fue una oportunidad única para explorar y describir paisajes, formaciones geológicas, topografías y vegetaciones jamás imaginadas. Lo observado y estudiado pasó a ser después reflexionado, dando lugar al surgimiento de una nueva concepción en torno al origen y la evolución de las especies.

En particular la estancia del Beagle en las Islas Galápagos, resultó fundamental para el desarrollo de esta nueva teoría, llamada a ser una de las más importantes en la historia de la ciencia. Aquí Darwin comenzó a formar una visión coherente de la evolución, inspirado por la presencia de tortugas gigantes, iguanas marinas y pájaros pinzones cuya longitud de pico variaba notoriamente entre una y otra isla del archipiélago. Todavía faltaban años de investigación y reflexión para enunciar la teoría de la evolución de las espacies por selección natural con autoridad, pero, por lo pronto, en estas islas las piezas empezaban a embonar: el mundo, tal como era concebido, no había sido creado en un solo instante de tiempo, sino que había evolucionado a partir de algo infinitamente primitivo, y seguía cambiando. Un claro ejemplo ocurría allí, en ese olvidado archipiélago volcánico en medio del océano.

¿Cuál es la relación de lo anterior con Capitán de mar y guerra, la película de Peter Weir que aquí comentamos? Para saberlo, hay que referir a uno de los personajes, no el principal, por cierto.

La historia se ubica a principios del siglo XIX, cuando los ejércitos de Napoleón, después de haberse apoderado de casi toda Europa, planean la invasión a Inglaterra. El capitán Jack Aubrey y la tripulación de su barco, el HMS Surprise, se dirigen al océano Pacífico para interceptar a una poderosa fragata francesa que pudiera tomar parte en el esperado intento invasor.

Aunque las escenas de acción están impecablemente logradas, no es ese el aspecto enfatizado, sino el de la experiencia humana de formar parte de una expedición de tal naturaleza, en condiciones sanitarias y de cohabitación muy difíciles. A ello se añaden los horrores de las heridas sufridas en batalla, vívidamente descritas por la excelente fotografía; destacan, en este sentido, las intervenciones que tiene que realizar el oficial cirujano.

Es precisamente este personaje el que interesa resaltar. Se trata de un profesional que además de hacerse cargo de los servicios médicos, cubre las funciones de naturalista a bordo, si bien la misión del Surprise, a diferencia del Beagle, es básicamente bélica. Estos rasgos humanistas del personaje – también comparte la pasión por la música con su amigo el capitán Aubrey – hacen un interesante balance guionístico con el violento modo de vida que, por lo demás, ha elegido.

Cuando el Surprise se detiene en las Galápagos, Stephen Maturin, nombre de nuestro cirujano naturalista, aprovecha la oportunidad para hacer un reconocimiento del lugar y colectar especímenes; así, entra en contacto con los mismos paisajes y animales ante los que – treinta años después – el joven Darwin experimentará los primeros atisbos de su revolucionaria teoría.

Para los que contestamos “darwinista” cuando se nos pregunta sobre nuestra religión, Capitán de mar y tierra es una película disfrutable, en tanto que constituye un homenaje - voluntario o no – a la hazaña intelectual surgida del viaje del Beagle. También podrá serlo para quienes simplemente gusten de las buenas historias navales.

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