Tarzán, el hombre mono
Edgar Rice Burroughs creó el personaje de Tarzán a través de la revista pulp All-Story en 1912. La historia del lord inglés huérfano criado por monos en las profundidades de la selva africana fue convertida en la novela Tarzan of the Apes dos años después. Además de ser uno de los primeros textos del siglo pasado en recrear para Occidente una África salvaje, Tarzán de los Monos es, por la significación del evidente colonialismo reproducido en la narración, de los primeros relatos de ficción en propagar el discurso hegemónico acerca del dominio del hombre blanco occidental sobre otras razas y culturas. La visión colonialista de Tarzán ha transcendido a través de la industria del entretenimiento: nació del pulp, se hizo cine y más tarde incursionó en la historieta (en 1929 el dibujante Harold Foster recreó visualmente las novelas de Borroughs en una tira periódica), la radio y la televisión, donde ha seguido apareciendo para audiencias consumidoras de historietas de héroes. Pero con una diferencia notable: en esta variante del cómic, los lectores ven a Tarzán en forma distinta al resto de los superhombres cuyos retos y aventuras salvan al mundo del caos; a diferencia de ellos, Tarzán, vestido de taparrabo, no tiene poderes sobrenaturales, él mismo es quien desarrolla sus extraordinarias capacidades físicas e intelectuales sin necesidad de medios asombrosos.
Aparecido en la literatura, Tarzán pasa a la pantalla en 1918, pero no es sino hasta 1932 cuando Hollywood asigna el papel al actor que más fuerza le daría al personaje: Johnny Weissmuller. Su debut fue en Tarzán, el hombre mono, primera película sonora sobre el héroe y, por lo tanto, la primera donde éste pudo hablar: luego de algunas lecciones con su compañera Jane, el personaje alcanza a decir me Tarzan, you Jane. Y es que en la jungla hay muchos verbos que salen sobrando, como no sean las cabriolas de la mona Chita, que también debutó en este filme. Con 12 interpretaciones en otras tantas películas, Weissmuller logró meterse en la piel de Tarzán hasta convertirse, para toda una generación, en su representación clásica. Entre las más recordadas películas de esa serie está Tarzán y su compañera (1934), la cual se destaca por su idílico erotismo, incluyendo un sorprendente, aunque fugaz, desnudo simulado de Maureen O'Sullivan. La actriz inglesa fue Jane en seis películas de Tarzán, todas junto a Weissmuller, y fue el papel más importante de su carrera.
En total, 27 actores han representado a Tarzán en 52 películas y 5 series de televisión. Entre las últimas versiones está "Greystoke, la leyenda de Tarzán, señor de los monos" (1983), una adaptación bastante fiel de la novela original; y está también una de las menos interesantes: Tarzán, estrenada por la Disney en 1999. La película sigue la línea de esta productora para sus filmes animados: impecables diseños técnicos y malos guiones.
Cabe proponer dos vínculos del mito de Tarzán con la teoría de la evolución. En 1871, Charles Darwin publicó El origen del hombre, donde defendía la idea de la evolución humana desde un animal similar al mono, lo que provocó gran controversia. En pleno despegue de la teoría darwiniana, una versión maniquea de la selección natural fue ganando terreno en la aplicación de este concepto a las sociedades humanas: el llamado darwinismo social, donde la ley del más fuerte y su prevalencia se utilizaban para justificar la diferencias entre las clases sociales y los grupos raciales. Aunque Darwin consideraba este tipo de aplicaciones de la selección natural como una aberración, el darwinismo social constituyó la base inicial de movimientos eugenésicos iniciados desde 1883 por Francis Galton. Burroughs bien pudo haber sido influido por esta visión pseudocientífica para justificar el reinado de un hombre blanco sobre una comunidad de simios.
Aunque, después de todo, el escritor pudiera no estar tan desfasado de la realidad con su historia de Tarzán, el niño criado por grandes simios en África. Suele aceptarse que hace más de seis millones de años humanos y chimpancés separaron sus caminos, pero hay sugerencias recientes de que ambas especies tuvieron después “encuentros cercanos”, y no precisamente del tercer tipo. Al menos así piensa un grupo de científicos que han comparado los genes humanos y de sus parientes más cercanos -chimpancés, gorilas, orangutanes y macacos- buscando obtener un cuadro más detallado sobre los orígenes de la especie humana del que pueden aportar fósiles muchas veces dispersos e incompletos. Esta nueva teoría propone que chimpancés y humanos compartieron un antecesor hace menos tiempo del que se pensaba, y también que en un primer momento la separación fue “temporal”, de poco más de un millón de años y no terminó ahí. Cierta urgencia biológica habría motivado veleidades interespecíficas con atracción de humanos por chimpancés y viceversa, y sólo 1.2 millones de años después de la primera separación habría ocurrido el divorcio definitivo. Todavía hay que comprobar más, pero parecería estarse postulando que descendemos de un híbrido de hombre y chimpancé. De ser así, no resultaría extraño que Burroughs, inadvertidamente, haya puesto a su héroe en la disyuntiva entre la peluda Chita y Jane, su noviecita blanca, tan esforzada en adaptarse a la vida en la jungla.
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