martes 15 de julio de 2008

La historia del camello que llora (The story of the weeping camel)

La historia del camello que llora (The story of the weeping camel)
Dirección y guión: Luigi Falorni y Byambasuren Dawa
País: Alemania, Mongolia
Año: 2003
Duración: 90 min.



Primavera en el desierto de Gobi, al sur de Mongolia. Una familia de pastores nómadas vaga por el duro paisaje en busca de mejores pastos y condiciones de vida para sí y su rebaño de camellos, hasta que un grave problema trastoca la cotidiana sencillez de sus vidas: uno de los animales tiene dificultades para dar a luz aunque, con la ayuda de la familia, consigue alumbrar a su cría, un camello diferente a los demás, de color blanco. A pesar de los esfuerzos de la familia, la madre rechaza al recién nacido, negándole su leche y cuidado maternal; el recién nacido la persigue, llora - los camellos tiene tres pares de párpados para protegerse de las tormentas de arena y para limpiarse los ojos lagrimean o lloran. Cuando todas las esperanzas de que la madre acepte a su cría parecen haber desaparecido, los nómadas envían a sus dos hijos a un viaje por el desierto, en busca de un violinista pues, de acuerdo con la tradición, cierta música puede lograr que los camellos modifiquen sus actitudes…

Esa es la trama central de un originalísimo filme, mezcla de ficción y documental, ensayo antropológico y ejercicio poético. Los realizadores realizaron su trabajo inspirados en el clásico modelo naturalista del legendario Robert Flaherty (Nanook, el esquimal, 1920-22), y recrearon una serie de acontecimientos para cumplir sus objetivos. El proyecto es el resultado del impacto que en la memoria de la directora Byambasuren Dawa, de ascendencia mongola, había tenido un cortometraje educativo sobre un grupo de pastores que “reconciliaban” a una cría de camello con su madre mediante un antiguo ritual musical destinado “a hacer llorar” a la progenitora renegada. Dawa lo comentó con su compañero Luigi Falorni y ambos tomaron la cámara para buscar al camello que abandona a su cría. Para ello, contaron con la fortuna de poder registrar acontecimientos espontáneos para la historia del bebé camello y de su madre, además de recrear ciertos momentos en la vida cotidiana de una familia nómada. Uno de esos momentos nos muestra el conflicto de un niño, entre sus deseos de una vida más moderna y occidental y la vida en familia. La película presenta un contraste entre ambos modelos, mostrándonos al muchacho cuando escucha las fábulas tradicionales en la tienda de su familia, y soñando con la posesión de una televisión.

La familia que los directores seleccionaron habitaba una vistosa tienda en mitad del desierto, situada a 50 km. de cualquier otro establecimiento; estaba compuesta por cuatro generaciones: bisabuelos, abuelos, padres y varios hijos. Además de ganado ovino, contaba con un rebaño de 60 camellos; de ellos obtenían leche, lana y un medio eficiente de carga y transporte.
Cinematográficamente, lo que más destaca es un sentido visual de la narración capaz de comprometer al espectador en su descripción de la vida diaria de esta familia. Hay poco diálogo, pero la imagen directa, el sonido ambiental, la música y la acumulación de pequeños momentos reveladores convierten el resultado en un pequeño prodigio de emoción e intimidad animal y humana. Los cineastas resisten exitosamente la tentación de explicar el significado de cada cosa que muestran; confían, a cambio, en que la fuerza de las imágenes hable por sí sola. La historia sorprende por su doble intención metafórica –mamá camello rechaza a su cría, mamá mongola ampara a sus hijos con devoción infatigable–, y por la cautela de los realizadores, que confían todo el significado a las imágenes, sin caer en las explicaciones de documentales rutinarios que agregan el apoyo verbal de un texto de manera redundante a lo que se ve en pantalla.

La historia del camello que llora no ofrece respuestas, sino misterios. Antes que explicar, sugiere. Describe un mundo aislado donde el tiempo avanza lentamente al ritmo del paisaje y de sus cambios naturales, en el que visitar el pueblo más cercano es una odisea y un descubrimiento. Un ámbito sin tecnologías notables, de rutinas tan sencillas como el paisaje donde viven los pastores; donde un camello pasa por el ojo de la cerradura –en este caso una cámara- hasta la geografía de un espectador lejano, que a pesar de la distancia cultural y regional puede sorprenderse con esta fábula sobre la supervivencia, gracias a la forma como el cine traspasa las fronteras, adentrándose en la sensibilidad de los camellos de forma tan elocuente como sucede con los seres humanos que los cuidan y dependen de ellos para continuar en el desierto.

El mayor valor de esta película no se halla en la reflexión antropológica, ni en la melancolía del fin de un modo de vida anunciado a través de la mirada del niño fascinado por la televisión, sino en el instante revelador en el que la poesía de una historia inverosímil inunda la pantalla: como en ese diálogo que inicia el viento a través del instrumento musical que pende de la joroba de un camello.

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2 comentarios:

Blogger Adriana ha dicho...

mi esposo y yo vimos la película, y nos inundamos de poesía. Hay películas que deberían ser tan obligatorias como los clásicos en literatura. Quizás una opción para luchar contra lo vanal que nos inunda a diario: el arte es poderoso, estimula, abre los sentidos...reflexionar sobre obras de arte que no necesitan tecnología, puede ser una vacuna contra el vacío mental de la sociedad de consumo.

27 de julio de 2008 09:51 AM  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Yo alquilé la película y la vimos en mi casa. Nos impactó tanto que la llevé donde mi madre y luego la vimos en casa de unos amigos. Fabulosa. Se traslada uno a otro espacio en esta misma tierra, donde uno no se imagina cómo vive la gente y cuales son sus valores, controversias, etc.
No habría buscado esta película si no hubiera leído el comentario. MUCHAS GRACIAS.

24 de septiembre de 2008 08:14 AM  

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