La mujer en la Luna
Título: La mujer en la luna (Die frau im Mond)Dirección: Fritz Lang
Guión: Fritz Lang, Thea von Harbou
País: Alemania
Año: 1928
Duración: 162 min.
¿Habrán imaginado los primeros homínidos cómo llegar a la Luna? Nunca lo sabremos, pero sí que a partir de ellos siempre fue un motivo de inspiración para el ser humano.
Autores como Edgar Allan Poe o Cyrano de Bergerac crearon obras que tenían como elemento principal el viaje del hombre a la Luna, aproximaciones realizadas, desde luego, bajo una mera óptica fantástica. Al paso del tiempo, el avance tecnológico propició el surgimiento de novelas con trasfondo más científico; De la Tierra a la Luna, de Julio Verne y Los primeros hombres en la Luna, de H. G. Wells, son conocidos ejemplos. Los acercamientos del cine al viaje lunar no difieren mucho de éstas. Empezaron con el clásico de George Meliés en 1902, Viaje a la Luna, donde la sombra de Verne toma cuerpo con la utilización de un cañón como método de propulsión. Como referentes claros de las obras de Verne y Wells se llevaron al celuloide De la Tierra a la Luna (Byron Haskin, 1958), y Los primeros hombres en la Luna (Nathan Juran, 1964).
La mujer en la Luna, filmada por Fritz Lang en 1928, fue el último de sus filmes silentes. Viene a ser una continuación de la senda explorada en su obra mayor, Metrópolis (1927), aunque mucho más contenida y menos fantástica. Ambas comparten una idea común, que Lang prolongaría en muchas de sus películas: el retrato de los mecanismos del poder económico y social, el avance positivo que supone el desarrollo de la ciencia y el efecto que ésta ejercerá sobre la humanidad futura.
Escrita con su entonces compañera Thea Von Harbou, es una película sobresaliente en varios aspectos, empezando por el modo exquisito con el que fue realizada, en particular la cuidada escenografía y fotografía. La guionista debió sentirse profundamente implicada en su trabajo y el título de la película no parece casual; me inclino a pensar que tras la lamentable atracción que por el nazismo sintieron algunas realizadoras de la época —como la propia Harbou o Leni Riefenstahl— había cierto ideal de modernidad y feminismo que no resultó ser tal en el hueco interior del nacionalsocialismo alemán. Por lo demás, el guión amalgama con dosis bien medidas el melodrama, un cierto trasfondo sociopolítico —siempre magistralmente camuflado en las películas de Lang— y por supuesto, un contenido de pura ciencia-ficción que nunca defraudó en su cine.
Casi toda la información científica presentada en la película es de una consistente veracidad. La mujer en la Luna muestra por primera vez la ingravidez en el espacio, por medio de unos efectos especiales muy dignos; por otra parte, el desarrollo —todavía incipiente— de los cohetes en el periodo de entreguerras permitió vislumbrar que éste sería el medio más eficaz para viajar a nuestro satélite. El filme ofrece imágenes que podrían definirse como anticipatorias: escenas como la del lanzamiento de la nave espacial, que ahora resultan tan comunes, debieron ser una verdadera conmoción en su momento. Es famosa la anécdota que atribuye a Fritz Lang la invención de la —ahora habitual— cuenta reversible. El director señalaba que “Si empezamos a contar a partir de uno, no sabremos cuándo terminar. Pero si empezamos desde diez hacia atrás, todos sabrán que la cuenta acabará en cero”. Todos menos los matemáticos, cabría añadir. Diseñada como medio para aumentar la tensión dramática, la estrategia de Lang terminó siendo asimilada por los programas espaciales y posteriormente universalizada en infinidad de situaciones. Más tarde, la verosimilitud de lo narrado por Lang hizo que los nazis confiscaran las copias y destruyeran las maquetas de la nave espacial porque, al parecer, ponía en peligro programas secretos.
La película consta de dos partes bien diferenciadas. En la primera, se muestran los intereses económicos y de poder que propician el viaje, logrando que los científicos se plieguen a sus exigencias. Es la parte más estructurada de la cinta, ya que además de capturar nuestro interés, cimenta los pilares de las futuras producciones de espionaje, sin obviar lecturas más hondas acerca de la condición humana. La segunda parte muestra el viaje en sí y es en ella donde se concentran la mayoría de elementos de ciencia-ficción; lo malo es que a medida que transcurre la acción, el contenido se hace más tradicional, incluso naif, hasta llegar a un final del todo cursi. Si en el comienzo de esta segunda parte Lang muestra con detalle como se realiza, fase por fase, un viaje espacial, a partir del alunizaje la credibilidad científica desaparece. Una vez llegados a la Luna, los viajeros hacen a un lado los trajes espaciales, ya que la atmósfera resulta ser allí similar a la de la Tierra. Aunque a fines de los años veinte ya se sabía sobre la ausencia de atmósfera en la Luna, la pareja Harbou-Lang decide ignorarlo para los fines de su fantástica historia. Tan sólo el buen quehacer del director en lo que respecta a la creación de imágenes y cuidado del suspense logra que el interés no decaiga durante el último tramo de la película.
Publicado en la sección “Mira bien” del No. 103 (junio 2007) de la revista ¿Cómo ves?
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